miércoles, 18 de mayo de 2016

Qué hacer cuando nuestro hijo o hija sufre bullying

Algunos tal vez diga "¿bullying, qué es eso? Pues bien, este término de origen anglosajón es lo que comúnmente se conoce como acoso escolar. Hablamos pues de menores que se burlan, ríen e incluso agreden a otros de forma insistente y premeditada. Este problema está lejos de solucionarse a nivel social, pues es un fenómeno que muchos padres tienden a interpretar como "cosas de niños" cuando la realidad es que con las nuevas tecnologías el problema se ha ido agravando cada vez más.



Además, se trata de una problemática bastante compleja donde difícilmente se puede encontrar una causa única para cada caso en concreto ya que suelen ser varios los factores que propician este tipo de conductas: ausencia o escasez de límites y normas, dificultades a la hora de transmitir o aprender valores, sentimientos de rechazo o exclusión, haber sido previamente el agresor víctima de acoso y por supuesto la exposición a modelos violentos sobretodo si estos provienen del ambiente familiar.

Hablando de los agresores, suelen por regla general niños con un carácter temperamental, con dificultades para tolerar las situaciones frustrantes, que muestran comportamientos agresivos y desafiantes y por tanto tienden a intentar dominar a quienes parezcan según su criterio más débiles. Cuando hablamos de debilidad nos referimos siempre según el especial criterio que estos menores tienen, y puede referirse a tanto a una potencial víctima de carácter más tranquilo, a alguien que no posee lazos sociales tan fuertes o extendidos en ese entorno social concreta o simplemente alguien que aparenta ser físicamente más débil que el agresor.

Como vemos, casi cualquier motivo puede valer y es que el acto dominador en sí mismo le proporciona al acosador una sensación de victoria, grandeza o éxito que además necesitará prolongarse para mantener esas sensaciones, de modo que el acoso acaba siendo recurrente. Por ello acaban autojustificando sus conductas pues con ellas obtienen lo que quieren y es precisamente por esto que cada vez se darán más frecuentemente (no se trata de un problema que seguramente se solucione por sí solo con el tiempo).

La solución pasa indefectiblemente por la intervención de los adultos. La clave sobre cuando es conveniente intervenir o no es el sufrimiento del menor, siendo la norma que un menor no debería sufrir ningún daño psicológico, físico o social de forma repetida cuando esto pueda ser evitado. Es por eso que cabe identificar a un acosador lo más rápido posible para detener sus acciones antes de que el daño vaya a más.

Como padres, si detectamos algún cambio en el comportamiento o estado anímico de nuestros hijos deberemos siempre intentar averiguar a qué se debe. Si creemos que podemos estar frente a un caso de acoso deberemos escuchar atentamente lo que el niño/a nos cuenta y tomarlo en serio, no restarle importancia.

Este último punto es importante porque las consecuencias que puede llegar a tener el acoso sistemático son graves y variadas, pudiendo por supuesto llegar a afectar a la salud del menor, tanto a nivel físico como psicológico. La víctima puede desarrollar síntomas ansiosos, fobia al ámbito escolar, comportamiento agresivo y episodios depresivos, pudiendo llegar a intentos de suicidio en los peores casos. Por eso insistimos en que si detectamos un potencial caso de acoso escolar nunca debemos olvidar el tema como "cosas de niños" ya seamos nosotros los padres o profesores del menor.

Existe un problema añadido debido a que muchas víctimas de acoso callan ante lo que sucede ya sea porque sienten que la culpa es de ellos por no saber encajar, por miedo a las represalias, al calificativo de "chivato", etc. Por ello es importante atender a los cambios comportamentales del menor, a los cambios en conductas específicas y a los cambios de humor que nos parezcan anómalos.

Un estado emocional inusualmente triste y que se mantiene en el tiempo es un claro indicativo, pro ejemplo. Otros posibles síntomas serían los lloros frecuentes, sufrir pesadillas recurrentes o cambios en el sueño, perdida o aumento anómalos del apetito, irritabilidad, así como síntomas somáticos como dolores frecuentes, vómitos, etc. Por supuesto, si el menor presenta arañazos, moretones y similares que no quiere justificar o lo hace forma poco creíble, puede ser que esté ocultando la verdad. De la misma manera, si pierde con frecuencia material escolar u otros objetos o estos regresan a casa dañados (lápices, ropa, paraguas, etc) puede ser otro claro indicador de que posiblemente algo no anda bien.



Todos estos síntomas deben contextualizarse y aquí es cuando los padres deben demostrar en que medida conocen a sus hijos, pues ¿quién mejor que ellos para saber que es normal y que no en sus hijos? También deberemos atender a las relaciones sociales, si el menor tiene amigos, si deja de hablar con alguna amistad sin razón aparente, si se relaciona con el resto de su clase, etc. A veces el menor pide explícitamente que se le acompañe a clase para evitar agresiones durante el camino. Por las mismas razones puede faltar al colegio o a actividades extraescolares concretas.

En todo caso, el consejo de oro siempre será "Insultos, motes, peleas y el aislamiento social sistemático no son cosas de niños" ni nunca deberá serlo. En estos casos es importante saber marca el límite entre lo normal y lo dañino.

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