jueves, 23 de febrero de 2017

Tratamiento psicopedagógico para el TDAH

Cuando sospechamos o confirmamos que un miembro de la familia sufre de Déficit de Atención, es natural que nos surjan inquietudes, preguntas e incluso temores acerca de este trastorno y todo lo que puede implicar, siendo la duda más habitual cómo podemos ayudarle a sobrellevar la situación y minimizar el conflicto que puede surgir tanto a nivel familiar como escolar.


¿Deberá medicarse? ¿Mejor la terapia quizás? ¿Cuánto duraría cada uno de estos tratamientos? ¿Qué beneficios y perjuicios pueden tener? Lo primero que debemos tener en cuenta es que el TDAH es un trastorno neuobiológico que no afecta a todos de la misma forma, pudiendo alterar la capacidad de atención de la persona, producir hiperactividad, impulsividad, o bien sendos tipos de sintomatología en diversa medida y forma. Por eso cada caso merece un estudio detallado para poder determinar que tipo de tratamiento será el más idóneo.

En cualquier caso para conseguir que la persona afectada, normalmente un menor, pueda seguir adelante con su vida de la forma más normalizada y adaptada posible será necesaria una estrecha colaboración entre el propio paciente, su familia y los especialistas que intervengan en el caso.

Habitualmente lo más recomendable será la combinación de tratamiento farmacológico (a determinar por un médico especialista) para mitigar los síntomas si estos afectan notablemente al individuo, más una terapia psicológica llevada a cabo por un especialista formado en la materia, a fin de ayudar a la persona a adaptarse a la situación, aceptarla y aprender cómo compensarla. Todo esto debería conseguir una disminución de los síntomas, así como de las conductas asociadas a ellos.

Pero aquí hablaremos de la parte psicológica del tratamiento, que es de la que nos podemos encargar en nuestra consulta. Un tratamiento psicológico puede abordarse desde diversas perspectivas, pero en nuestro caso nos basaremos en la terapia cognitivo conductual que es la que tiene más respaldo entre los expertos, al ser la que ha demostrado ser más efectiva en la mayoría de casos.

La terapia cognitivo conductual implica enseñar al individuo diversas estrategias que le ayuden a mejorar diversos aspectos de su día a día. En este caso utilizaremos autoinstrucciones, técnicas para la resolución de problemas, de autoregistro y autorefuerzo. La idea es enseñar a la persona a regular su propia conducta, planificar mejor la estrategia a seguir ante una tarea, centrar la atención, seleccionar la repuesta óptima y evaluar el desempeño al terminar para así mejorar futuras actuaciones. Estas técnicas serán de aplicación general y podrán ser utilizadas en casa, en el trabajo/escuela y en cualquier otro ámbito, siendo esperable mejores resultados si se implican familia, amigos, profesores y demás personas que interactúen con el paciente.

En relación a las funciones ejecutivas, que son precisamente las afectadas por el TDAH, son especialmente útiles las siguientes estrategias:
  • Usar un calendario de actividades, preferiblemente basado en elementos gráficos.
  • Usar un reloj con alarma para marcar el inicio y fin de las actividades, así como la duración de los descansos.
  • Jerarquía de tareas, remarcando la importancia y urgencia de cada una, la duración establecida para cada una y su horario.
  • Instrucciones claras y concisas.
  • Mantener el contacto visual al transmitir al sujeto las instrucciones.
  • Eliminación sistemática de estímulos distractores.
  • Comprobar si la información ha sido recibida y entendida correctamente.
  • En caso de los niños, ajustar las tareas escolares al nivel de alerta del niño. Recordemos que aunque la inteligencia no se ve afectada, la atención sí y esto causa que tareas que requieren concentración sean más complicadas para quienes padecen TDAH que para otros.
  • Entrenamiento en reconocimientos, entendimiento y expresión de emociones.
  • Uso de sistemas alternativos de aprendizaje, que no causen tanto agotamiento como los principales y sirvan de apoyo a los mismos, como pueden ser juegos o lecturas.
Eso sí, como dijimos antes cada caso particular muestra una afectación distinta en su grado y forma, por lo que las estrategias usadas deben adaptarse al paciente. Por ejemplo si nos encontramos ante un menor en el cual predomina la falta de atención pondremos especial énfasis en:
  • En clase deberá sentarse cerca del profesor, vigilando este eso sí que el niño nunca quede excluido del grupo.
  • Poner énfasis en los materiales, en que hay que traerlos y cuidarlos.
  • Comprobar que el alumno ha entendido lo que se le pide, preguntándole y corrigiéndolo si es necesario.
  • Revisar la correcta realización de las tareas. Seguimiento continuado de los avances.
  • Establecer fechas límite bien definidas para la entrega de trabajos, así como dejar claras las consecuencias en caso de no cumplirse dichos plazos.
En cambio, si la sintomatología predominante es la hiperactividad tendremos especial cuidado en:
  • Clarificar que en ciertas situaciones y momentos no podrá hablar y/o moverse. Usaremos señales visuales si es necesario, como carteles con dibujos.
  • Establecer ciertas señales que indicarán al sujeto que es momento de estarse quieto y/o sentado. Así mismo debería establecerse una señal que indique la situación contraria.


Finalmente, si el síntoma que más se manifiesta es la impulsividad:
  • Ofrecerle un espacio donde se encuentre cómodo trabajando.
  • Sentar al menor junto a otro alumno que presente un mejor comportamiento y que sirva como modelo de conducta.
  • Usar la técnica del tiempo fuera si esta llega a ser necesaria.
A lo anterior podemos añadir el uso de técnicas conductuales clásicas como son los reforzamientos tanto positivos como negativos, técnicas de aversión para rectificar conductas, sistemas de economía de fichas, evaluación de la conducta y autoinstrucciones, así como técnicas de control emocional como la relajación, o para mejorar las habilidades sociales como pueden ser los juegos de roles.

En todo caso, todo ello debe ser complementado con el entrenamiento de los padres en estas y otras estrategias que les sirvan para el manejo de la conducta del menor. Por ejemplo, deben tener claro cuándo y cómo deben reforzar o castigar un comportamiento para que este se repita o desaparezca del repertorio conductal del menor. Los refuerzos consistirán en elogios y alabanzas, así como muestras de cariño. Premios materiales como privilegios o algún capricho podrán ser usados inicialmente aunque en fases posteriores del tratamiento serán sustituidos por los que apelan a las emociones del menor. Los castigos deben consistir en retirarles la atención que les prestábamos, los privilegios antes otorgados, fichas conseguidas u otros refuerzos de los que antes disponía el menor, y nunca deberán consistir en un castigo físico. Tanto unos como otros deben ser aplicados de forma consistente e inmediata para así establecer un patrón comprensible y fiable por el cual el menor pueda guiarse.

Estos tratamientos psicopedagógicos pueden ser la base del tratamiento o servir de apoyo al tratamiento farmacológico. Como antes dijimos, cada situación merece ser evaluada por separado para así determinar que tipo de tratamiento y combinación de ellos puede dar mejor resultado.

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