martes, 28 de febrero de 2017

¿Cómo se evalúa y diagnostica el TDAH?

Si el otro día hablábamos de los distintos enfoques a la hora de tratar el TDAH (ADHD en inglés), hoy me gustaría comentar cómo se evalúa y diagnóstica este trastorno cuando hay sospechas o indicios de que pueda sufrirlo un menor en edad escolar, cómo debemos proceder y qué instrumentos y técnicas podemos usar para ello.

En este caso nos interesa no solo saber como afecta el TDAH al menor, sino cómo interacciona el trastorno con sus propias características personales, cómo afecta a su desarrollo evolutivo y cómo lo hace en cada contexto en concreto (familiar, social, escolar, etc).

Empezaremos a recabar los citados datos cuando nos llegue una demanda que exponga el problema. Primeramente es conveniente informar a la familia del menor sobre los pasos que pueden seguir en estas situaciones, para luego empezar la exploración con una entrevista a los progenitores, mediante la cual conoceremos en líneas generales la situación del menor. Tras ello deberemos evaluar sintomatología más concreta, para lo cual usaremos técnicas e instrumentos adaptados a las características del paciente, siendo la más relevante la edad del menor.

En el caso de tener que evaluar a un menor que aún no cursa primaria basaremos la exploración en el análisis del contexto familiar, el estilo educativo parental y la interacción del menor con el resto de la familia. Por supuesto, también es necesario tomar nota de las características del menor en sí, como su capacidad de atención, conducta motora, hábitos de sueño, alimentación, adaptación a los diversos contextos, funcionamiento cognitivo, capacidad de expresión oral y escrita, así como matemática, todo ello por supuesto teniendo en cuenta su edad.

En cambio si nos encontramos ante un menor que ya cursa estudios de primaria o incluso secundaria, deberemos atender, además de todo lo mencionado antes, también a su desarrollo emocional, autoestima, habilidades sociales y desenvolvimiento social.

Para todo ello, no solo utilizaremos la mencionada entrevista familiar, también requeriremos diversas escalas y pruebas específicas que además deberán además ser usadas para recabar información del entorno escolar y del propio menor.

Respecto al menor, es importante el análisis funcional de su conducta, para lo cual deberemos contar con el apoyo del profesorado. Entendemos por análisis funcional de las conductas la descripción de aquellas que sean relevantes al caso, de sus características, la frecuencia con que se dan, su duración y si es aplicable también su intensidad. Para ello deberemos informar antes al profesorado sobre como se debe efectuar este tipo de registro. Complementariamente, será buena idea analizar también cómo realiza el menor sus tareas escolares, su espacio de trabajo, así como la forma de estructurar sus escritos y redacciones.

Lógicamente, necesitaremos usar pruebas específicas para valorar la situación del menor y concretar la problemática que pueda o no sufrir. Requeriremos instrumentos que midan su capacidad de atención, si presenta hiperactividad y/o impulsividad, funciones ejecutivas, capacidad intelectual, de lectoescritura, cálculo, y la posible afectación emocional o conductual que presente.

Para evaluar la tríada de síntomas que caracterizan el TDAH tenemos a nuestro alcance diversos tests y escalas. Comentaré brevemente algunos:
  • D2 Test de atención: Se trata de un test breve, que se puede realizar en unos diez minutos y que mide nueve aspectos de la capacidad atencional, pudiendo aplicarse a partir de los ocho años.
  • EDAH Evaluación del TDAH: Prueba breve cuyo fin es evaluar, en menores de seis a doce años, la presencia o no de los síntomas característicos del TDAH y otros trastornos de conducta relacionados.
  • Test de Caras: Este test evalúa mediante ítems gráficos la capacidad de atención y percepción en menores de seis a dieciocho años. Destaca la brevedad con que puede aplicarse, en menos de 5 minutos.
  • EMAV Escala Magallanes de Atención Visual: Como su nombre indica, se trata de una prueba visual que evalúa la atención y diversas funciones de la misma. La prueba tiene una duración de media hora y es aplicable a menores de cinco a dieciocho años.
  • EMIC, Escala Magallanes de Impulsabilidad: Prueba informatizada aplicable a partir de los seis años y que mide la impulsividad, como su nombre indica, en unos veinte minutos.
  • CPT de Conners: Las diversas versiones de esta prueba informatizada evalúan en menores de más de ocho años la capacidad para realizar tareas de forma sostenida en el tiempo, y por tanto la capacidad de atención del sujeto. Tiene una duración de quince minutos, y está especialmente recomendada para casos de TDAH.
  • TOVA, Test de Variables en la Atención: Indicada para realizar un seguimiento del efecto positivo o negativo que está teniendo la medicación en cuanto a la atención en menores a partir de los cuatro años. Dura poco más de veinte minutos.


Para valorar otras áreas disponemos así mismo de otros instrumentos:
Como pruebas alternativas, si consideramos que es posible que el paciente presente otras sintomatologías asociadas, deberemos usar instrumentos de evaluación más específicos. Algunos ejemplos:
Lógicamente, la recolección de datos mediante entrevistas y pruebas psicométricas debe ir seguida de su contraste con los criterios para el diagnóstico del trastorno que figuran tanto en el DSM-V como en el CIE-10. No olvidemos que además del trabajo de exploración que realiza el profesional, la recogida de datos antes de emitir diagnóstico debe contrastarse con lo observado por los padres y profesores del menor. Para ello también disponemos de diversas escalas y cuestionarios que comentaremos en futuras entradas del blog para no extendernos demasiado hoy.

Un aspecto importante de la evaluación psicológica es que esta debe ser dinámica, por lo que debemos ir adaptándola al caso según avancemos en él. No podemos esperar tener bastantes datos como para emitir un diagnóstico en un solo día, y de la misma forma es de asumir que no realizaremos una sola entrevista, pues muy posiblemente a lo largo de las sesiones surjan nuevas dudas que cabrá esclarecer para realizar una mejor intervención.

Además, es imperante constatar los datos que se obtienen en las escalas mediante la observación directa y los informes de los progenitores/maestros, pues estas no sirven por sí solas como base única para el diagnóstico, siendo necesarias la evaluación clínica y las entrevistas como apoyo. Hecho esto, nos centraremos en detalles específicos que puedan merecer nuestra atención, ya sean estos conductas o síntomas concretos.

Sólo llegados a este punto será cuando podamos interpretar toda la información obtenida y emitir mediante ella una diagnóstico claro. Para ello eso sí, es necesario tener siempre presente otros trastornos o condiciones que puedan causar efectos similares, para evitar así el diagnóstico erróneo. Dicho diagnóstico, claro está, al igual que las pruebas realizadas deberá estar adaptado al individuo, por lo que deberemos resaltar en que aspectos el menor se ve más afectado y en cuales menos. Por ejemplo, no todos quienes padecen TDAH presenten hiperactividad (o impulsividad, o inatención) ni en todo caso la sufren con la misma intensidad.

Un aspecto a tener en cuenta es que a día de hoy no existe ninguna prueba médica que garantice el diagnóstico certero, siendo necesarias diversas sesiones con el menor, con los padres e incluso con los maestros, usando herramientas como las descritas para poder evaluar y reevaluar el estado del niño y su adaptación al medio.

Una vez emitido diagnóstico, prepararemos un plan de intervención que se ajuste a la problemática presente, a lo largo del cual deberemos tomar buena nota de la evolución del sujeto para mejorar aquellos aspectos que lo necesiten, buscando por supuesto obtener los mejores resultados posibles. Como último, debemos recordar que los efectos del TDAH no son estáticos, por lo que el propio diagnóstico debe ser dinámico y dimensional, cambiante con el paso del tiempo y el desarrollo evolutivo del niño.

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