viernes, 24 de marzo de 2017

Hablemos sobre la asexualidad

Hoy querría hablar de la asexualidad y de su auténtica naturaleza, sobre la cual los especialistas llevan años debatiendo. Una persona asexual es aquella que no siente impulso o necesidad sexual y por tanto tiende a no presentar conductas sexuales, aunque sí puede realizarlas por diversos motivos como complacer a su pareja o tener hijos. Por tanto es muy diferente de la abstinencia o el celibato, ya que estos se basan en una creencia y elecciones personales mientras que ser asexual implica falta de deseo.

La asexualidad ha sido considerada un trastorno mental, una disfunción sexual e incluso una parafilia. No todas las interpretaciones son claro está, tan sombrías, ya que también se la ha definido como una orientación sexual. No obstante, sabemos relativamente poco sobre la asexualidad ya que ha sido ignorada por la investigación durante años, considerándola poco más que una rareza, aunque por suerte cada vez recibe más atención en este sentido.


Vayamos por partes. ¿Es un trastorno mental? Esta es fácil de responder, ya que claramente no lo es. Según los datos que se han ido recopilando y según la definición actual de trastorno mental no respondería a esta definición, no siendo ni un trastorno ni un síntoma psicológico o psiquiátrico. Tengamos en cuenta que un trastorno mental se define como un patrón de comportamiento y/o pensamiento que posee significación clínica, es decir que produce malestar de algún tipo en la persona, le perjudica de alguna forma limitando alguna de sus capacidades, o que aumenta significativamente su riesgo de morir o dañar su salud.

Dado que la asexualidad no produce de forma directa ningún perjuicio en el individuo ni en quienes le rodean, y que simplemente define una forma particular de sentir su sexualidad (o en este caso, la ausencia de ella), no podría ser considerada un trastorno. Ahora bien, se podría argumentar que ser asexual sí produce en la persona en cuestión ciertos perjuicios, ya que por ejemplo puede sentirse desplazado en la sociedad, poco comprendido, no sentirse capaz de corresponder a sus parejas sentimentales, etc. Por eso es que vale la pena señalar que a pesar de lo dicho ciertos estudios sí han encontrado una relación entre la asexualidad y  la aparición de síntomas psicológicos, sobre todo en el área afectiva y emocional. Aquí el problema no residiría tanto en la persona sino en la concepción que la sociedad tiene de estos individuos, a los que se estigmatiza y se les juzga, muchas veces ignorando la forma en que se sienten y asumiendo que reprimen sus deseos sexuales por algún trauma, por hacerse los interesantes, o por cualquier otro motivo.

Fuente de la imágen: Jeffrey

Frases que los asexuales escuchan demasiadas son "será que no has encontrado una persona que te guste" o "eso no es normal, te debe pasar algo malo". En suma, podemos afirmar que los asexuales como grupo suelen tener que soportar una mayor presión psicológica, así que es natural que sufran de mayor sintomatología a este respecto, además de sufrirla durante más tiempo debido a la falta de apoyo y aceptación social, y no por estar mentalmente enfermos.

Segunda pregunta, ¿es una disfunción sexual? Una vez más, conviene recordar la definición de este término. Entendemos por disfunción sexual la dificultad permanente o temporal que sufre un individuo durante una o varias de las etapas del acto sexual, y que le impide disfrutar de dicha actividad de forma normal. Sin embargo la investigación nos indica que la capacidad para desarrollar la actividad sexual no está afectada en estas personas, y que simplemente no sufren al no tener relaciones pues no están refrenando sus impulsos. Por ello no podemos considerar que tengan un problema en sus relaciones sexuales, simplemente no necesitan esas relaciones.

Revisemos pues si se trata quizás de una parafilia. Una parafilia es un tipo de comportamiento sexual en que predomina como fuente de placer un elemento concreto, que puede ser un objeto, situación, actividad, característica de las parejas, parte del cuerpo o cualquier otro que pueda repetirse y buscarse activamente para excitarse. Bien, este caso debería ser aún más claro que los anteriores y la respuesta a si la asexualidad es una parafilia será que... ¿a veces? Si esperabais un rotundo no, siento decepcionaros, pues la evidencia experimental indica en este caso que algunos, que no todos, de los individuos que se identifican como asexuales pueden en realidad sentir un interés sexual muy concreto.

La investigación científica al respecto nos dice que algunos de estos autodenominados asexuales manifiestan conductas masturbatorias y fantasías sexuales. Eso sí, dichas fantasías son bastante distintas de las de los individuos que presentan conductas sexuales más típicas. Por ejemplo, estos "asexuales" parecen tender menos a imaginarse a ellos mismos como partícipes de dichas fantasías, mientras que fantasean más a menudo con personajes ficticios, sintiendo pues mayor desconexión entre la fantasía y la realidad.

Sin embargo, hay que matizar, pues lo anterior no se aplicaría a la mayoría de los sujetos que se califican de asexuales, sino tan solo a un pequeño subgrupo de los mismos. Este pequeño grupo debería ser investigado en profundidad para que podamos entenderlo mejor, y es que como vemos aunque cada día sabemos más de la sexualidad humana aún nos queda mucho por descubrir.

Finalmente, ¿se trata la asexualidad de una orientación sexual? Ahora sí hablaríamos de los auténticos asexuales, aquellos que no sienten ningún impulso sexual. Definimos la orientación sexual de una persona como su tendencia sexual hacia un determinado grupo de personas en base normalmente al sexo de este grupo. Hablaríamos aquí, entre otras, de heterosexualiad, homosexualidad y bisexualidad, así que, ¿donde quedaría la asexualidad?

El problema es que estamos ante una definición cambiante, que se va ampliando o modificando según la investigación nos ofrece nuevos datos, por lo que efectivamente algunos expertos consideran la asexualidad como una orientación muy particular, mientras que otros la definen como la ausencia de orientación. Quizás llegados a este punto estemos simplemente jugando con la semántica, pero la verdad es que sabemos muy poco de la asexualidad, debido a que como antes dije se le ha venido prestando escasa atención en la investigación hasta la fecha.


Por suerte esto empieza a cambiar y por ejemplo ahora sabemos que factores biológicos similares a los de la homosexualidad pueden estar relacionados también con la asexualidad, por lo que esta podría ser una característica del individuo determinada al nacer. Aunque queda investigar más, corroborar los resultados y esclarecer su significado, lo que sí sabemos seguro que la asexualidad aparece en la persona a una edad similar a la que debería aparecer la orientación normalmente, pudiendo resultar complicada de asimilar para el sujeto si este carece de información al respecto, como lamentablemente pasa a menudo. Por ello me gustaría aclarar algunas creencias erróneas que se suelen tener respecto a la asexualidad:

  • Se trata de una fase: No, no se trata de una persona cuya sexualidad tarda en madurar más, sino de alguien que ha definido su orientación sexual como inexistente debido a su falta de deseo.
  • Es producto de un trauma, como haber sufrido abusos en la infancia: No, los traumas producidos por abusos sexuales como mucho producen en la persona un rechazo a la sexualidad, temor o asco, mientras que los asexuales simplemente no sienten atracción ni impulso sexual.
  • Se debe a la represión sexual: Tampoco. La represión tendría por consecuencia la abstinencia o el celibato, pero la asexualidad es la inexistencia del impulso sexual, lo cual no puede ser controlado por el individuo de ninguna forma.
  • Una mala experiencia en pareja puede convertirte en asexual: Negativo, la asexualidad tiene su origen en una edad temprana, como el resto de orientaciones sexuales. Una mala relación nos podría hacer desconfiados respecto a futuras parejas o hacia los demás en general, afectando quizás a nuestra sexualidad pero se trataría de dos conceptos muy distintos.
  • Es un intento por captar la atención de los demás o sentirse especial: Aunque es de suponer que podría darse el caso, en general las personas que son verdaderamente asexuales tan solo necesitan que se les comprenda y no se les tache de excéntricos de enfermos. Uno no elige ser asexual, lo es sin más, y no se debería hacer un problema de ello.
  • Es un trastorno mental, una disfunción sexual o una filia: Negativo en los tres casos, con los matices ya comentados antes.
  • La asexualidad se debe a que la persona es homosexual y no lo acepta: Una vez más, esto es un mito. La asexualidad existe y si la confundimos con otros términos y conceptos es precisamente ha que ha sido olvidad e ignorada por la sociedad durante mucho, demasiado, tiempo. Un homosexual que se reprima sentirá impulso, mientras que el asexual no necesita reprimir nada. El primero sufrirá al tener que contenerse, el segundo no tiene nada que contener.

Otro aspecto que sería interesante estudiar en cuanto a la sexualidad se refiere es si poseen fluidez sexual en el mismo sentido que aquellos con impulsos sexuales típicos. Entendemos por fluidez sexual los cambios que una persona puede experimentar en su orientación sexual o en sus preferencias a lo largo de la vida. Hay que tener muy en cuenta que las etiquetas usadas normalmente cuando hablamos de sexología, como heterosexual o homosexual responden a un sentido práctico y tienen por fin poder hablar de estos temas de una forma clara, pero la realidad es que un individuo puede poseer una orientación que no acabe de encajar con esas etiquetas (aunque van surgiendo cada vez más para denominar todo tipo de formas de sentir y vivir la sexualidad de cada uno) y aquí es donde entra la fluidez sexual.

Por ejemplo, un individuo que siempre se ha considerado heterosexual y presentaba conductas coherentes con esa definición podría en cierto momento realizar una conducta homosexual y no por ello sentirse a partir de ese momento homosexual. Sin embargo, es posible que a partir de ese momento tampoco se considere heterosexual de la misma forma en que lo venía entendiendo hasta ese momento, ni bisexual pues en general sí se sigue sintiendo atraído mayormente por individuos del sexo opuesto.

Como vemos, es un tema complejo y si aplicamos este concepto a la asexualidad obtenemos otras categorías como la grisexualidad, término que define a quienes se encuentran entre la asexualidad y la sexualidad (o alosexualidad), como pueden ser las personas que en general no sienten atracción pero en ocasiones muy contadas sí la sienten. Queda mucho por hablar y que decir, así que volveré más adelante con este tema y otros relacionados.

Fuentes:
Diario de una asexual
http://www.lehmiller.com/blog/2016/9/7/is-asexuality-a-sexual-orientation?platform=hootsuite
https://link.springer.com/article/10.1007/s10508-016-0802-7
http://www.lehmiller.com/blog/2015/1/31/do-asexual-people-masturbate-and-have-sexual-fantasies
http://www.lehmiller.com/blog/2014/5/23/sex-question-friday-where-does-asexuality-come-from
http://www.lehmiller.com/blog/2014/2/24/women-arent-the-only-ones-who-are-sexually-fluidmen-have-a-pretty-flexible-sexuality-too
https://es.wikipedia.org/wiki/Gris-asexualidad
https://www.facebook.com/AcesUnited?fref=ts
http://es.asexuality.org/wiki/index.php?title=Las_personas_(asexuales)_y_el_sexo
http://es.asexuality.org/wiki/index.php?title=Hiposexual
http://diariosdeasexualidad.blogspot.com.es



lunes, 20 de marzo de 2017

Psicoreflexión: La Prueba de Turing, la inteligencia artificial y la moral humana.

La prueba de Turing, traducida muchas veces como test de Turing, tiene como fin determinar si una inteligencia artificial es capaz de comportarse como humano, y por tanto de poseer una inteligencia similar a la de nuestra especie. Fue diseñada por Alan Turing, un genio polifacético del cual quizás hable otro día, pues bien lo merece.

La prueba que propone Turing consiste en que un evaluador humano mantenga durante unos minutos una conversación con la inteligencia artificial a evaluar y con otro ser humano, pero sin saber cuál es cuál. La idea es que si la máquina es capaz de imitar el comportamiento humano hasta el punto de engañar al juez, estaría manifestando una conducta humana, y presumiblemente una inteligencia también humana. En su planteamiento original, y para mantener el anonimato de cada individuo garantizando así que la máquina no juegue con desventaja, el evaluador únicamente tendría acceso al diálogo en forma escrita.


La susodicha prueba, que parece sacada de una historia de ciencia ficción y de hecho ha sido usada en muchas de ellas, apareció publicada por primera vez en la obra "Computing machinery and intelligence" en el año 1950, surgiendo como un intento para responder a la pregunta de si puede o no ser inteligente una máquina. Desde el punto de vista de la psicología esta prueba es muy interesante, pues no solo nos plantea esta pregunta sino que a su vez implica otras igualmente importantes: ¿Cómo pensamos? ¿Cómo definimos el pensamiento? ¿Qué es el pensamiento? Por lo tanto nos encontramos ante una prueba que, aunque ha recibido bastantes críticas, nos sirve para reflexionar acerca de nuestra inteligencia, la inteligencia artificial y las diferencias que pueden haber entre ambas.

Estas preguntas son clásicas en el ámbito filosófico. Alfred Ayer, por ejemplo, se preguntaba si había alguna forma de saber si cada uno de nosotros experimenta la consciencia de igual manera. Alguno podría pensar que es una pregunta banal ya que es evidente que todos somos conscientes de la misma manera pero, ¿hay realmente una forma de saber esto a ciencia cierta? Decía Ortega y Gasset que cada individuo vive en su propio mundo, encerrado en sus propias experiencias y percepciones y que por mucho que nos demos a conocer a los demás estos jamás sabrán lo que es ser nosotros. En cierto sentido estamos solos, aunque quizás lo más interesante de la vida es precisamente buscar y encontrar a alguien que pese a no ser nosotros nos entienda igualmente.

Turing como hemos visto, se hizo preguntas similares pero respecto a las inteligencias artificiales. Asumió que si algo parece inteligente y se comporta nteligentemente, debe ser inteligente. En base a este razonamiento creó Turing varias versiones de su prueba, siempre con idéntico objetivo y similar funcionamiento.

Con el tiempo, la Prueba de Turing ha llegado a considerarse un requisito, que no el único, que debería cumplir una inteligencia artificial para ser considerada como verdaderamente inteligente. El lector se podría preguntar si a día de hoy alguna máquina ha superado el test, pero difícil decirlo ya que varias inteligencias parecen haber superado la prueba original, pero se ha demostrado que esta depende en gran medida del evaluador escogido. Un ejemplo sería ELIZA, creado en 1966, que fue capaz de engañar temporalmente a algunas personas en una conversación, y otro el Dr. Abuse, una versión mejorada del anterior.



Posteriormente se crearían otros programas similares, cada uno con sus características, cada vez más avanzados y sofisticados y por tanto más capaces de hacerse pasar por humanos, pero nunca alcanzando la perfección en ello y por tanto no llegando a engañar a la mayoría de evaluadores.

Ahora bien, quizás la prueba padece de un problema más importante pues cabría preguntarse si realmente demuestra si una inteligencia artificial se comporta inteligentemente o solo si lo aparenta. Varias han sido las críticas recibidas por la prueba, siendo un buen ejemplo la argumentación de John Searle al respecto, quién decía que programas como ELIZA podía imitar la conversación humana aun sin entenderla, por lo que no se les podría clasificar como inteligentes en el sentido estrictor del término. Esta argumentación fue desarrollada en un experimento mental llamado la habitación china, y gracias a ello se inauguró un interesante debate acerca de la naturaleza real de la inteligencia, sobre si una máquina puede ser inteligente y cómo podríamos averiguar si lo es en caso afirmativo.

Con lo rápido que avanza la tecnología, puede resultar sorprendente que este tipo de programas no hayan alcanzado la capacidad para simular la naturaleza humana, aunque sea durante los pocos minutos que exige la Prueba de Turing. A día de hoy resulta inimaginable una máquina que pueda realizar tal proeza, y es que al final siempre se delatan ellas solas al carecer de esas pequeñas cosas que hacen humano al humano: manías, costumbres, expresiones, faltas de ortografía y una forma de expresarse particular.

¿Alguna vez os ha pasado que vamos a hablar con alguien mediante Whatsapp o similar, y nos responde otra persona que ha tomado el control de ese móvil de forma inesperada, sea para hacer una broma, por maldad o por la razón que sea? ¿Quizás un familiar para decirnos que quién buscamos esta ocupado o se ha dejado el móvil en casa? ¿O la pareja de esa persona respondiendo en su nombre ya que tienen suficiente confianza para ello?

Si alguna vez os ha pasado, seguramente os basten pocas palabras para daros cuenta  de que no se trata de la persona esperada. En este caso hablamos de gente conocida, gente a la que conocemos suficiente para reconocer sus patrones de expresión, pero el mismo razonamiento se puede aplicar para detectar cuando hablamos con un humano o con un mecanismo que pretende ser inteligente.

Un mensaje totalmente humano y muy de fiar, por supuesto que sí

La prueba de Turing se podría extrapolar a tres niveles: escrito, oral y aural. La prueba escrita es la estándar y mide la capacidad de la máquina para imitar la escritura humana, mientras que la oral, imposible por ahora, sería una prueba idéntica pero en su versión hablada. La forma aural es más complicada todavía y se refiere a que la máquina sería capaz de imitar a un humano completo, de librarse de ese aire a robot, de esa aura mecánica, y disfrazarse de ser humano totalmente. Aún queda mucho para ello, y además la máquina debería superar el fenómeno conocido como el Valle Inquietante, lo cual podría ser imposible a nivel técnico. Un ejemplo reciente en la ficción, aunque se toma bastantes licencias, lo encontraríamos en la película Ex Machina.

El fenómeno del Valle Inquietante estipula que cuando un ser artificial imita al humano y lo hace demasiado bien, nos causa un rechazo natural. Llegados a este punto cabe preguntarse, si una máquina es suficiente inteligente como para pasar por humana, y es en apariencia humana, ¿qué la distingue de nosotros? ¿Es realmente un ser diferenciado o deberíamos tratarlo como un igual?

Esta disertación, que parece más propia de Isaac Asimov que del mundo real, necesita cada vez más de una respuesta. Sin que nos demos cuenta la tecnología avanza cada vez más deprisa, tanto en su faceta de robótica como de inteligencias artificiales y aunque todavía existen multitud de limitaciones técnicas al respecto, el día menos esperado tendremos que afrontar este tipo de problemáticas y otras de tipo moral. Por ejemplo, habría que plantearse si la mera capacidad cognitiva hace inteligente a la máquina o debería considerarse algún elemento más. El propio Turing ya indicaba que para pasar por humano el programa debería tener cierto sentido de la estética y capacidad empática. En efecto, la inteligencia emocional es un rasgo muy propio de nuestra especie.

Se puede argumentar que existen seres humanos con total ausencia de empatía, incluso hay otros que nacen con una capacidad intelectual escasa, pero no dudaríamos nunca de que son seres humanos. Por tanto, ¿le podemos exigir estas capacidades a un máquina?

Weakness of Turing test 1.svgUna vez más, vemos que existe un"factor humano" muy difícil de definir, que todos reconocemos pero que cuesta delimitar. Y es que los humanos somos inteligentes, pero no siempre. Si a mitad de una prueba de Turing insultamos al interlocutor, lo normal es que el humano se ofenda, nos devuelva el insulto, se extrañe, se disculpe por si ha habido algún equívoco, o abandone la conversación. Una máquina seguramente no entenderá lo que le decimos, ignorará lo dicho o responderá de forma genérica.

Otros actos típicamente humanos son el mentir, o como ya dijimos, los errores tipográficos o de ortografía. Yo por ejemplo, pese a conocer la norma ortográfica que rige el uso del porque y por qué, suelo equivocarme cuando escribo textos largos, pues tengo esa costumbre, manía, vicio, llámese como quieran, pero el caso es que un lector asiduo de este blog podría reconocer mi escritura al momento por este y otros defectos similares. Esto le sucederá incluso a un académico de la lengua, pues nadie está a salvo de los errores tipográficos, excepto una máquina que debería ser programada a propósito para cometer fallos de forma arbitraria, pero entonces nos encontramos con que no serían auténticos errores.

Pero esto no es todo, también existen comportamientos que demuestran inteligencia pero que no suelen considerarse propios de nuestra especie. Este tema está de moda ahora que empieza a contemplarse la fabricación de coches inteligentes que se autopiloten. Y es que sus diseñadores tal vez creyeron que la mayor dificultad estribaría en que un coche supiera pilotar, pero no, el mayor reto para este invento será saber decidir en casos de ambigüedad moral.

Imaginemos que un coche inteligente circula por su carril a velocidad normal, y en su interior va un pasajero, pero recordemos que este no conduce pues ya lo hace el coche por él. Imaginemos que una niña se cruza en el camino del coche inesperadamente, y que la única opción para salvarla es girar bruscamente y estamparse contra la pared, posiblemente matando al pasajero. Esta situación sería solventada en milésimas de segundo por el ordenador del coche, pero ¿con qué resultados? Se llevaría por delante a la niña salvando al tripulante? ¿U optaría por salvarla a costa de la vida de este? y si ese es el caso, ¿quién comprará un coche que puede optar por autodestruirse y acabar con la vida del propietario en cualquier momento?

La cosa además se puede complicar hasta el infinito con variaciones de este mismo problema, por ejemplo añadiendo varios peatones a salvar y también varios pasajeros. De este modo la máquina debería decidir si ha de minimizar la cantidad de víctimas posibles, tener en cuenta la esperanza de vida del total, las probabilidad de salvar a cada uno y en cada caso la responsabilidad atribuible al propietario del vehículo. Y es que a pesar de que el coche se conduce solo, si nosotros compramos el vehículo sabiendo que, por ejemplo, decidirá salvarnos a nosotros pues así estaba programado al comprarlo (y lo sabíamos) ¿seríamos en parte responsables del resultado? ¿lo será el fabricante?


Algo similar pasaría con un robot de cocina inteligente. ¿Cómo le decimos al robot que nos prepare un guiso con carne pero que no queremos comernos a nuestro gato? Es más, y si en mi paella pongo conejo pero mis niños tienen un conejo de mascota? Porqué unos animales sí y otros no, ¿qué sentido lógico tiene todo esto y cómo se le explica a la máquina? Quizás cuando los robots deambulen por nuestras casas seamos todos vegetarianos, quién sabe, pero la duda sigue ahí. Una vez más, el cine ofrece un interesante ejemplo de este tipo de dilemas en la película Yo robot.


Turing predijo que las máquinas conseguirían superar su prueba a partir del año 2000, y aunque actualmente algunos programas se puede considerar que lo lograron, no todos los expertos en la materia consideran que esto haya sucedido todavía. La realidad es que a día de hoy las inteligencias artificiales aún no han logrado imitarnos a la perfección, pero hay que tener en cuenta que el desarrollo tecnológico es exponencial y cada día se avanza más rápido en la creación de este tipo de ingenios. Cada vez tenemos más dudas sobre la psicología y ética artificiales, pero no tantas respuestas como nos gustaría.

Fuentes:
Turing-like indistinguishability tests for the validation of a computer simulation of paranoid processes, de Colby, K. M.; Hilf, F. D.; Weber, S.; Kraemer, H.
Ai: The Tumultuous History of the Search for Artificial Intelligence, de Daniel Crevier
The Turing Test: The Elusive Standard of Artificial Intelligence, Dordrecht: Kluwer Academic Publishers,de J.H. Moor.
La Prueba de Turing.
¿Deben los vehículos autónomos ser programados para matar? Publicado en Technologyreview.com
El dilema social de los vehículos autónomos, por Jean-François Bonnefon, Azim Shariff, Iyad Rahwan.
El Valle inquietante.



miércoles, 15 de marzo de 2017

Mitomanía Infantil: Cómo enfrentar la mentira

Que un niño o niña mienta es normal y en general nada que deba preocuparnos, pero ¿y si las mentiras se convierten en algo continuado y habitual en la conducta del menor? Si dicha conducta empieza a darse de forma reiterada y se convierte en la respuesta por defecto, entonces sí deberíamos plantearnos si el niño está sufriendo algún tipo de problema.

La mentira patológica, mitomanía o pseudología fantástica, es un patrón de conducta consistente en el uso de la mentira de forma compulsiva, es decir que se elige la mentira como conducta prioritaria en la mayoría de situaciones aun en aquellas ocasiones en que el sujeto no obtiene un beneficio real. Podemos decir que el individuo se ha acostumbrado a mentir por defecto, siendo lo más natural para él o ella.


Hablamos de mentira patológica cuando esta conducta aparece con tal asiduidad o intensidad que perjudica notablemente la vida de la persona. A estos sujetos les cuesta decir la verdad, pues se han acostumbrado a mentir, al igual que la mayoría estamos acostumbrados a ser honestos la mayor parte del tiempo. Por tanto la mentira aparece de forma reiterada, siendo usada para obtener simpatía o hacerse el interesante, aunque acabará por aparecer también sin motivo alguno.

Cuando la conducta aparezca de forma continuada durante un tiempo prolongado, probablemente el sujeto acabe creyéndoselas. Por ejemplo, si alguien se presenta siempre como alguien trabajador, aunque su conducta no sea congruente con dicha afirmación, acabará por creérselo y asumirá que si no completa su trabajo o no lo realiza correctamente es por circunstancias ajenas a su persona, no por falta de esfuerzo por su parte. Es por ello que los mitómanos tienen serias dificultades para actuar en consonancia con la realidad que les rodea, y por tanto nunca se encuentran a gusto con su trabajo, sus relaciones y sus amigos. Rehuirán todo lo anterior siempre que se produzca el conflicto, pues no saben manejarlo y les resulta más cómoda la conducta de evitación.

Si dicho patrón de respuesta no es tratado cuando surge, normalmente durante la infancia, puede extenderse a la edad adulta y convertirse en parte de la forma de ser de la persona, produciendo problemas sociales, familiares y laborales/escolares.

Este tipo de mentiras suele ser usada por el sujeto como cobertura o barrera psicológica, una defensa para su autoestima ante la opinión o crítica de los demás. Si el sujeto aprende que esta conducta le es útil es cuando la generaliza aún sin darse cuenta, convirtiéndola en hábito. Además, como ocultar sus debilidades mediante la mentira le reconforta, puede generar una auténtica adicción psicológica y por tanto difícil de detener mediante simple fuerza de voluntad. Por tanto, llegados a este punto no solo basta que el sujeto asuma que tiene un problema y que quiera cambiar, cosa ya bastante difícil de por sí, sino que seguramente necesitará de la ayuda de quienes le rodean.

Si detectamos este tipo de problema en un niño, lo primero que tenemos que hacer como padres/maestros es determinar qué tipo de mentira es con la que estamos lidiando y, sobre todo, qué la está motivando. Las mentiras continuadas en los niños suelen aparecer cuanto estos se encuentran en un estado permanente de ansiedad o miedo emocional, siendo como hemos comentado antes una defensa ante estas sensaciones. Conocer qué las motivan es fundamental para poder llevar a cabo una intervención adecuada.

Igualmente importante es nuestra actitud ante el problema. En todos los casos deberíamos:
  • Estar alerta: Hemos de aceptar que nuestros hijos no son perfectos, no siempre se portan bien y no siempre dicen la verdad. Es nuestra obligación conocerlos y aprender cómo ayudarles a mejorar como personas.
  • Mantener siempre la calma, evitando reaccionar emocionalmente ante la mentira, pero mostrándonos firmes ante ello, indicando que no nos agradan este tipo de conductas.
  • Mostrar nuestra alegría cuando el menor confiesa la verdad tras haber mentido: Debemos demostrar que admitir la mentira no equivale a castigo, pues entonces el menor ocultará cada vez más la verdad. Lo más conveniente será mostrar nuestra alegría, sonriendo o felicitando al niño cuando confiese, y solo utilizando el castigo cuando la mentira del niño haya sido tan grave que entrañase algún peligro para él o los demás.
  • Crear un ambiente de confianza, de modo que el niño pueda acostumbrarse a contarnos todo lo que le sucede, inclusive sus errores y travesuras. Es importante que no tenga la sensación de que si nos cuenta estos sucesos va a recibir automáticamente un correctivo o reprimenda.
Además de estos consejos generales, para corregir el problema será necesario conocer su origen para tomar medidas más específicas. Requerimos por ello conocer qué motiva al niño a mentir, qué beneficios le reporta o qué cree que le reporta este comportamiento:
  • Escapar al conflicto, problema, reproche o consecuencia.
  • Conseguir en cambio comprensión y/o apoyo.
  • Ocultar o disimular sus defectos o aspectos personales que le avergüenzan, evitando temporalmente ver dañada su autoestima.
  • Proyectar una imagen de sí mismo idealizada, perfecta y que el sujeto considera más atractiva para los demás.
Lógicamente, estos beneficios son artificiosos y temporales, pues la mentira a la larga no evita el conflicto, sino que lo genera y lo acrecenta. No obtiene por tanto apoyo, sino que cuando los demás perciben el engaño acaban rehuyendo al mentiroso. El intento de ocultar los defectos acaba convirtiéndose en un defecto en sí mismo, uno grave además, y la falsa imagen que se proyecta es fácilmente detectada por los otros, dañando las relaciones sociales del individuo.


Al contrario que los supuestos beneficios, los perjuicios como vemos son muy reales. Puesto que la mentira puede convertirse en una adicción, una vez se ha establecido el comportamiento este se puede convertir en un problema difícil de superar. Se miente para evitar un problema, pero este no dejará de existir y en cambio muy probablemente se agrave.

Cuando la persona mienta de forma compulsiva empezará a hacerlo sin razón, y aunque el motivo inicial fuera proteger su autoestima la realidad es que está irá menguando, ya que al fin y al cabo el sujeto en el fondo sabe que está ocultado aspectos fundamentales de sí mismo, con el esfuerzo mental y emocional que ello supone.

Pese a todo lo dicho, para poder mejorar la mayor parte del trabajo la ha de realizar la persona que miente. Una vez sea consciente de que padece un problema, si lo asume y desea cambiar este aspecto de su persona, debe ser él quién analice sus conductas y pensamientos para averiguar porqué miente ya que aunque los demás pueden encontrar un patrón, solo la persona puede contarnos sus motivos. No obstante, esto no es tarea fácil y puede ser de utilidad registrar de forma escrita cada vez que se miente, anotando el motivo, a quién se mintió, la sensación que le produjo el hacerlo, así como el beneficio que se obtuvo. Además, si la persona acude a terapia este registro será de gran ayuda para el especialista. En el caso concreto de los menores esto puede ser más complicado, por lo que será necesario instruir al menor en cómo elaborar dicho registro.

Llegados a este punto, existen varias formas de afrontar el problema. Por ejemplo, siempre es buena idea tratar de controlar el impulso, pidiendo ayuda si es necesario. Cuando surja dicho impulso será mejor callar que mentir, y si mentimos siempre será preferible confesar cuanto antes que seguir adelante con la falsedad. Será necesario explicar al niño el porqué de todo ello, y posiblemente tendremos que insistir pues si la conducta está muy asentada será resistente al cambio.

Es importante también enseñarle a analizar la mentira cuando surgen las ganas de decirla: ¿Cambiará tu vida? ¿Te hará más feliz? ¿Qué consecuencias tendrá? Si la conducta se produce más veces ante ciertos individuos, deberá meditar respecto al porqué.

Dejar atrás este comportamiento requiere también desarrollar la autoestima y crecer como persona en general. Quizás necesite encontrar aficiones, quehaceres y actividades que le llenen como persona, y por supuesto que esto también se aplica a mitómanos ya adultos.

Sea como sea el enfoque que uno tome ante el problema, conseguir que el sujeto lo asuma es un gran paso. Eso sí, hay que tener en cuenta que se trata de un problema que difícilmente pueda solucionarse de la noche a la mañana, requiriendo por tanto esfuerzo y paciencia. Poco a poco empezaremos a ver cambios. Y por supuesto, si se necesita ayuda, no deberíamos dudar en acudir a un especialista que nos aconseje y guíe.

Imágenes obtenidas de: Jackmac34