miércoles, 15 de marzo de 2017

Mitomanía Infantil: Cómo enfrentar la mentira

Que un niño o niña mienta es normal y en general nada que deba preocuparnos, pero ¿y si las mentiras se convierten en algo continuado y habitual en la conducta del menor? Si dicha conducta empieza a darse de forma reiterada y se convierte en la respuesta por defecto, entonces sí deberíamos plantearnos si el niño está sufriendo algún tipo de problema.

La mentira patológica, mitomanía o pseudología fantástica, es un patrón de conducta consistente en el uso de la mentira de forma compulsiva, es decir que se elige la mentira como conducta prioritaria en la mayoría de situaciones aun en aquellas ocasiones en que el sujeto no obtiene un beneficio real. Podemos decir que el individuo se ha acostumbrado a mentir por defecto, siendo lo más natural para él o ella.


Hablamos de mentira patológica cuando esta conducta aparece con tal asiduidad o intensidad que perjudica notablemente la vida de la persona. A estos sujetos les cuesta decir la verdad, pues se han acostumbrado a mentir, al igual que la mayoría estamos acostumbrados a ser honestos la mayor parte del tiempo. Por tanto la mentira aparece de forma reiterada, siendo usada para obtener simpatía o hacerse el interesante, aunque acabará por aparecer también sin motivo alguno.

Cuando la conducta aparezca de forma continuada durante un tiempo prolongado, probablemente el sujeto acabe creyéndoselas. Por ejemplo, si alguien se presenta siempre como alguien trabajador, aunque su conducta no sea congruente con dicha afirmación, acabará por creérselo y asumirá que si no completa su trabajo o no lo realiza correctamente es por circunstancias ajenas a su persona, no por falta de esfuerzo por su parte. Es por ello que los mitómanos tienen serias dificultades para actuar en consonancia con la realidad que les rodea, y por tanto nunca se encuentran a gusto con su trabajo, sus relaciones y sus amigos. Rehuirán todo lo anterior siempre que se produzca el conflicto, pues no saben manejarlo y les resulta más cómoda la conducta de evitación.

Si dicho patrón de respuesta no es tratado cuando surge, normalmente durante la infancia, puede extenderse a la edad adulta y convertirse en parte de la forma de ser de la persona, produciendo problemas sociales, familiares y laborales/escolares.

Este tipo de mentiras suele ser usada por el sujeto como cobertura o barrera psicológica, una defensa para su autoestima ante la opinión o crítica de los demás. Si el sujeto aprende que esta conducta le es útil es cuando la generaliza aún sin darse cuenta, convirtiéndola en hábito. Además, como ocultar sus debilidades mediante la mentira le reconforta, puede generar una auténtica adicción psicológica y por tanto difícil de detener mediante simple fuerza de voluntad. Por tanto, llegados a este punto no solo basta que el sujeto asuma que tiene un problema y que quiera cambiar, cosa ya bastante difícil de por sí, sino que seguramente necesitará de la ayuda de quienes le rodean.

Si detectamos este tipo de problema en un niño, lo primero que tenemos que hacer como padres/maestros es determinar qué tipo de mentira es con la que estamos lidiando y, sobre todo, qué la está motivando. Las mentiras continuadas en los niños suelen aparecer cuanto estos se encuentran en un estado permanente de ansiedad o miedo emocional, siendo como hemos comentado antes una defensa ante estas sensaciones. Conocer qué las motivan es fundamental para poder llevar a cabo una intervención adecuada.

Igualmente importante es nuestra actitud ante el problema. En todos los casos deberíamos:
  • Estar alerta: Hemos de aceptar que nuestros hijos no son perfectos, no siempre se portan bien y no siempre dicen la verdad. Es nuestra obligación conocerlos y aprender cómo ayudarles a mejorar como personas.
  • Mantener siempre la calma, evitando reaccionar emocionalmente ante la mentira, pero mostrándonos firmes ante ello, indicando que no nos agradan este tipo de conductas.
  • Mostrar nuestra alegría cuando el menor confiesa la verdad tras haber mentido: Debemos demostrar que admitir la mentira no equivale a castigo, pues entonces el menor ocultará cada vez más la verdad. Lo más conveniente será mostrar nuestra alegría, sonriendo o felicitando al niño cuando confiese, y solo utilizando el castigo cuando la mentira del niño haya sido tan grave que entrañase algún peligro para él o los demás.
  • Crear un ambiente de confianza, de modo que el niño pueda acostumbrarse a contarnos todo lo que le sucede, inclusive sus errores y travesuras. Es importante que no tenga la sensación de que si nos cuenta estos sucesos va a recibir automáticamente un correctivo o reprimenda.
Además de estos consejos generales, para corregir el problema será necesario conocer su origen para tomar medidas más específicas. Requerimos por ello conocer qué motiva al niño a mentir, qué beneficios le reporta o qué cree que le reporta este comportamiento:
  • Escapar al conflicto, problema, reproche o consecuencia.
  • Conseguir en cambio comprensión y/o apoyo.
  • Ocultar o disimular sus defectos o aspectos personales que le avergüenzan, evitando temporalmente ver dañada su autoestima.
  • Proyectar una imagen de sí mismo idealizada, perfecta y que el sujeto considera más atractiva para los demás.
Lógicamente, estos beneficios son artificiosos y temporales, pues la mentira a la larga no evita el conflicto, sino que lo genera y lo acrecenta. No obtiene por tanto apoyo, sino que cuando los demás perciben el engaño acaban rehuyendo al mentiroso. El intento de ocultar los defectos acaba convirtiéndose en un defecto en sí mismo, uno grave además, y la falsa imagen que se proyecta es fácilmente detectada por los otros, dañando las relaciones sociales del individuo.


Al contrario que los supuestos beneficios, los perjuicios como vemos son muy reales. Puesto que la mentira puede convertirse en una adicción, una vez se ha establecido el comportamiento este se puede convertir en un problema difícil de superar. Se miente para evitar un problema, pero este no dejará de existir y en cambio muy probablemente se agrave.

Cuando la persona mienta de forma compulsiva empezará a hacerlo sin razón, y aunque el motivo inicial fuera proteger su autoestima la realidad es que está irá menguando, ya que al fin y al cabo el sujeto en el fondo sabe que está ocultado aspectos fundamentales de sí mismo, con el esfuerzo mental y emocional que ello supone.

Pese a todo lo dicho, para poder mejorar la mayor parte del trabajo la ha de realizar la persona que miente. Una vez sea consciente de que padece un problema, si lo asume y desea cambiar este aspecto de su persona, debe ser él quién analice sus conductas y pensamientos para averiguar porqué miente ya que aunque los demás pueden encontrar un patrón, solo la persona puede contarnos sus motivos. No obstante, esto no es tarea fácil y puede ser de utilidad registrar de forma escrita cada vez que se miente, anotando el motivo, a quién se mintió, la sensación que le produjo el hacerlo, así como el beneficio que se obtuvo. Además, si la persona acude a terapia este registro será de gran ayuda para el especialista. En el caso concreto de los menores esto puede ser más complicado, por lo que será necesario instruir al menor en cómo elaborar dicho registro.

Llegados a este punto, existen varias formas de afrontar el problema. Por ejemplo, siempre es buena idea tratar de controlar el impulso, pidiendo ayuda si es necesario. Cuando surja dicho impulso será mejor callar que mentir, y si mentimos siempre será preferible confesar cuanto antes que seguir adelante con la falsedad. Será necesario explicar al niño el porqué de todo ello, y posiblemente tendremos que insistir pues si la conducta está muy asentada será resistente al cambio.

Es importante también enseñarle a analizar la mentira cuando surgen las ganas de decirla: ¿Cambiará tu vida? ¿Te hará más feliz? ¿Qué consecuencias tendrá? Si la conducta se produce más veces ante ciertos individuos, deberá meditar respecto al porqué.

Dejar atrás este comportamiento requiere también desarrollar la autoestima y crecer como persona en general. Quizás necesite encontrar aficiones, quehaceres y actividades que le llenen como persona, y por supuesto que esto también se aplica a mitómanos ya adultos.

Sea como sea el enfoque que uno tome ante el problema, conseguir que el sujeto lo asuma es un gran paso. Eso sí, hay que tener en cuenta que se trata de un problema que difícilmente pueda solucionarse de la noche a la mañana, requiriendo por tanto esfuerzo y paciencia. Poco a poco empezaremos a ver cambios. Y por supuesto, si se necesita ayuda, no deberíamos dudar en acudir a un especialista que nos aconseje y guíe.

Imágenes obtenidas de: Jackmac34

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