viernes, 22 de diciembre de 2017

Dónde me meto, mi nueva web y el síndrome del emperador.

Hace tiempo que no actualizo el blog, y es que como dije anteriormente estaba preparando una nueva página web, una más profesional que reflejase la nueva cara que le quería dar a mi consulta. Creo que finalmente este nuevo proyecto digital ha quedado bastante bien y en él podréis igualmente encontrar una sección bloguera donde seguiré escribiendo acerca de diversos temas psicológicos.

No obstante, esto me deja con la duda de qué hacer con este blog, este pobre rincón que tanta alegría me ha dado, y aunque esta decisión podría cambiar en un futuro, por ahora lo voy a dejar para actualizarlo cada tanto pero más con curiosidades de diversas ramas de la psicología. Por ello eliminaré el apartado de tarifas y de recursos, los cuales serán reubicados en la nueva web, donde podréis encontrarlos a partir de ahora:

Ahora bien, como dije aquí seguiré dejando curiosidades que creo que os puedan resultar interesantes, y hoy por ejemplo me dispongo a hablar acerca del mal llamado síndrome del emperador. Este término, que oigo relativamente a menudo en las salas de vistas de los juzgados, sobre todo en casos de guarda y custodia, describe a a un hijo que maltrata a sus padres sistemáticamente, pero no físicamente sino mediante exigencias continuadas, órdenes, no respetando las normas ni peticiones de estos... Como vemos, se trata de un niño "malcriado" pero llevando esto al extremo más patológico y peligroso.

Nos encontramos pues ante una dinámica familiar en la que el rol jerárquico se ha invertido totalmente, depositándose el poder en las manos de la persona a la que se le presupone menos poder de decisión. Esta situación se da sobre todo cuando mezclamos a un hijo exigente y sin escrúpulos, acostumbrado a que le obedezcan y con carencias empáticas de las que ahora hablaré, con unos padres que no han sabido marcar los límites y que han perdido el control sobre la situación, no sabiendo además como recuperarlo.

De todas formas, aunque se den las circunstancias anteriores, no siempre podemos hablar de Síndrome del Emperador, ya que este término se reserva para los casos más extremos, también llamándose Síndrome del niño Tirano o del Niño Rey. Además, hay que tener en cuenta que el término no refleja un síndrome real, solamente una situación que ciertamente podría tener como origen un trastorno concreto, por ejemplo un Trastorno Negativista Desafiante.

¿Quién?

El niño emperador suele ser varón, tener más diez años y por supuesto no haber llegado a la edad adulta, siendo más típico que esta dinámica aparezca en familias de clase media-alta, aunque no solamente en ellas. Hablamos por cierto de niños generalmente impulsivos, que se dejan llevar pues por sus deseos y que han aprendido que en su casas esos deseos son generalmente satisfechos en cuanto lo pide.

Nótese que hablamos de un menor egoísta, con baja tolerancia a la frustración y al aburrimiento, dificultades para respetar o siquiera asumir las normas, y con baja responsividad ante la autoridad pues actúan ellos mismos como tal. No obstante, los rasgos de personalidad típicos en estos niños van más allá y suelen presentar baja autoestima, relacionándose esto con su escasa capacidad para enfrentarse a los problemas del día a día, lo que los hace autoevaluarse negativamente e intentar compensar esas sensaciones imponiendo su deseo en un intento de mostrarse fuertes, lo cual además les garantiza la atención que en realidad han estado buscando desde el principio.

Por supuesto, esta situación tendrá consecuencias en varios aspectos de la vida del menor. Podemos observar efectos perjudiciales por ejemplo en su rendimiento escolar, que tenderá a ser bajo, además de sumarse a otros problemas de conducta que serán expresados también en clase. Todo ello sobreviene al ser niños que no logran asumir las normas de este contexto, igual que no han aprendido las normas que deberían regir en sus relaciones de familia. Es por ello que en la escuela intentarán imponer sus deseos igual que lo hacen en casa, mediante conductas destructivas y una actitud desafiante.

¿Por qué?

Una vez ya definido el problema, deberíamos preguntarnos cómo hemos llegado a este punto, por qué sucede. Cómo con casi todos los problemas de tipo psicológico, hay diversas teorías que intentan explicar el origen del trastorno, de entre las cuales las más prometedoras apuntan a la gran influencia de diversas variables psicosociales, como es la calidad de la relación entre padres e hijos y el apego que entre ellos se presupone debería surgir, pero que se puede ver afectado por diversos aspectos de la vida laboral, escolar y social de los progenitores y del menor.

Podemos por tanto decir que el ritmo de vida actual afecta a los progenitores, habiendo modificado su rol como tales, desembocando esto en muchos casos en falta de tiempo y energías para poder educar convenientemente a los hijos. Si sumamos estas circunstancias a ciertos aspectos de la personalidad en ellos y en el niño, es cuando más probabilidades tenemos de obtener un pequeño tirano. Nótese que no hablamos precisamente de padres despreocupados de sus hijos, sino de padres que no disponen de tiempo para pasar con sus hijos, por lo que pueden sentir la necesidad de utilizar el poco tiempo que pasan con sus hijos para compensar de algún modo al menor, dándole lo que pide, consintiéndole en todo. Por supuesto, esta no es la única dinámica que puede desembocar en este tipo de dinámica paternofilial, pero desde luego es la más predominante.

En base a lo anterior resultaría fácil culpar a los propios padres y madres en este tipo de casos, atribuyéndoles etiquetas como "irresponsables", "permisivos", o que "no saben hacerse respetar". Sin embargo culpar a los padres resulta una idea excesivamente simplista y que ignora las propias circunstancias de la familia. Siguiendo con lo expuesto antes, un padre o una madre que tengan un horario tan ajustado que no vean a su hijo en todo el día y que solo disponga de uno o dos días a la semana para pasar unas pocas horas con él, fácilmente quiera evitar reñir con él durante esos momentos, por temor a que la percepción del menor respecto a él o ella sea de "esa persona que cuando está conmigo solamente sabe que reñirme", con lo cual se puede dar la actitud de la que hablábamos, tendente a rehuir el conflicto, buscando que su hijo lo tenga todo y sea lo más feliz posible, a pesar de sus circunstancias.



En base a esto podemos decir que estos padres son responsables en buena parte de la conducta de su hijo, pero no por ser irresponsables sino más bien por no entender o no saber afrontar una situación que, la verdad sea dicha, puede ser realmente complicada. Para cambiar la situación o para evitar que se genere, los padres deben entender que el apego, el afecto que sentirán sus hijos por ellos, no depende únicamente de que estos satisfagan sus necesidades materiales, sino también las emocionales y esto implica servirles de referente, educarles en el respeto, lo que redundará en una conducta más adaptada no solo en el contexto familiar sino también fuera de este.

¿Y cómo lo soluciono?

Hay que tener clara una cosa, y es que si bien este problema afectará a los progenitores y al ambiente familiar, afectará más todavía al menor. Sí, en este momento quizás vea colmados todos sus deseos materiales y logre satisfacer todas sus exigencias, pero el problema no es tan grave para él ahora como lo será en un futuro. Y es que los niños mientras crecen reciben una educación, buena o mala, coherente o no, con valores o sin ellos, pero la reciben en todo caso. Una buena educación es clave para un adulto emocionalmente saludable, capaz de solucionar sus problemas, con habilidades sociales y en general bien adaptado en todas las esferas vitales.

Así pues, el niño necesita para crecer sano una buena educación, y esta se distingue no solo por otorgar un afecto constante y fuerte, sino también por marcar unos límites y establecer unas normas apropiadas, que van cambiando con la edad del menor, facilitándole su crecimiento y conversión gradual en un adulto adaptado a su contexto social.

El primer paso para cambiar la situación actual es tener claro que los padres no deben tener remordimientos por no satisfacer todos los deseos del menor. Comprarle todas las videoconsolas del mercado o darle un móvil cada año no va a hacer de él una mejor persona. Una vez tengamos claro que marcar unos límites es también algo que hacemos por él, aunque no se de cuenta y no lo agradezca en un principio, nos daremos cuenta de que esto no nos convierte en peores padres, sino todo lo contrario.

Con esto en mente, y tomada una decisión, empezará un proceso de cambio, donde el objetivo será modificar el patrón de relaciones que se venía dando hasta ahora entre padres e hijo. Las primeras veces lo único que lograremos será enrabietar al niño, pero solamente persistiendo en nuestra nueva actitud lograremos que con el tiempo el menor empiece a cambiar la suya propia. Hay que tener en cuenta que este no es un proceso rápido, sino todo lo contrario y que cuantos más años hayamos estado consintiendo al niño, más costará modificar su conducta, ya que la fuerza de la costumbre es poderosa.

Si estamos ante una situación especialmente difícil o si simplemente nos vemos superados y necesitamos consejos específicos adaptados a nuestra situación y pautas apropiadas, puede ser buena idea buscar ayuda de un profesional, como un psicológo infantil o psicopedagogo.

Fuentes:
Síndrome del emperador o del niño tirano: cómo detectarlo, por Maria Dolors Mas